lunes, 14 de marzo de 2011

HALLAN EN ESCOBAR UNA RESERVA ARQUEOLOGICA SIN PRECEDENTES.

Trocitos de cerámica. Piedras angulosas o redondeadas. Minúsculos fragmentos de huesos. Un rompecabezas de 10.000 piezas: todo un tesoro para los arqueólogos que desenterraron las huellas más antiguas de los primeros pobladores del norte bonaerense, hace 2.500 a 3.000 años. Las encontraron en noviembre, a 5 kilómetros del centro de Escobar, en un predio donde se construirá un barrio privado; no obstante, el yacimiento será preservado.
La ley 25.743 obliga a realizar un estudio de impacto arqueológico previo a cualquier emprendimiento importante, lo que no siempre se cumple (ver Huellas …). En este caso, antes de la construcción del barrio San Matías, el estudio encargado por la firma Eidico fue realizado por un equipo de arqueólogos dirigido por los doctores Daniel Loponte y Alejandro Acosta, investigadores del Conicet en el Centro de Registro Arqueológico, que depende de la Dirección de Patrimonio Cultural bonaerense.
En la época en que vivieron esos cazadores y recolectores, lo que hoy es el delta del Paraná era un gran golfo. Antes, hace unos 6.500 años, el mar se había elevado 6,5 metros y había llegado hasta el norte de Rosario. El mar fue retirándose muy lentamente; dejó un acantilado y comenzó a formarse el Delta. “Cuando las condiciones marinas cambiaron a fluviales, ocuparon el lugar estos grupos aborígenes”, indica Loponte.
La llanura pampeana ya estaba habitada (se registra presencia humana desde hace 10.000 años). Y también había pobladores en la llanura fluvio-lacustre. Pero esta zona, en el nordeste bonaerense, estaba desierta. Loponte deduce que la región era similar a la franja entre Punta Indio y San Clemente, intermedia entre fluvial y marina.
A lo largo de cuatro meses de excavaciones, los arqueólogos se toparon con restos de cerámicas, herramientas y huesos de animales que dan cuenta de la buena elección del asentamiento, en función de la riqueza de recursos. A una profundidad de entre un metro y 1,5 metro rescataron instrumentos de piedra, del tipo cuchillo, para cazar y procesar presas; y raspadores para limpiar los cueros.
Entre ellos había huesos con cortes y fracturas, vestigios de que fueron cocidos. Se trata de huesos de guanacos, ciervos de los pantanos, venados de las pampas, nutrias. Además, aquellos aborígenes pescaban, corvinas y armados.
Los trozos de cerámica muestran una decoración novedosa. Fueron escudillas para cocinar, y quizá también para almacenar alimentos.
Otros eran formas tubulares, abiertas arriba y en la base, por lo que “creemos que tuvieron un uso simbólico”, señala Loponte.
Aparecieron además manos de morteros, que pudieron haber molido carne seca, o semillas para hacer harina. ¿De qué plantas? “Pudo haber un monte de tala -estuvo desde hace no menos de 2.000 años, hasta la colonia-, que tiene un fruto comestible: espinillo, tala, algarrobo negro y blanco, chañar”, infiere el arqueólogo.
En esa zona convergían tres ambientes distintos: ese monte xerófilo, cuña del talar que desde Santiago del Estero llegaba hasta la depresión del Salado; la llanura pampeana; y el ambiente de río, con características tropicales.
“Era una franja ecológica que fue muy jerarquizada por los grupos aborígenes, porque tenía una gran variedad de recursos -subraya Loponte-. Por eso, en los últimos 2.000 años hubo una gran concentración de población: los primeros cronistas dan testimonio de que estaba lleno de gente”.
Los arqueólogos determinaron que aquellos primeros pobladores “probablemente eran una banda compuesta por cinco a siete familias”, que volvían cada tanto a ese campamento, y que lo ocuparon por varias generaciones. Sin embargo, algunas de las herramientas están hechas con trozos de rocas predominantes en Tandil o Sierra de la Ventana, y otras de El Palmar. Será difícil determinar si fue trueque o las trajeron de allá.
El hallazgo de este sitio obligó a Eidico a readecuar el diseño del barrio -parte del club house coincidía con la reserva-, ya que esa “parcela” de 50 x 50 metros será preservada. Mientras en el laboratorio del Instituto Nacional de Antropología se analizan las piezas, con colaboración de pasantes de Arqueología de la UBA, Loponte planea una nueva excavación, aunque no para extraer todo, sino una muestra. Después, la reserva será nuevamente cubierta. “En el futuro vendrán otros arqueólogos -sostiene-, con otra tecnología y con otras preguntas”.

Un trabajo de artesano bajo tierra
Aunque no lo parezca, hurgar en busca de restos arqueológicos en un predio de 200 hectáreas es menos difícil que encontrar una aguja en un pajar. La primera etapa está a cargo de un geoarqueólogo, quien levanta un mapa de sensibilidad arqueológica para reconocer todas las unidades estratigráficas en función de su antigüedad, y de las épocas en que pudo haber población en esa zona.
En una región como el norte bonaerense, si el terreno tiene lugares bajos e inundables, se busca en primer lugar los albardones que, por ser lomas fluviales, más elevadas, eran los lugares donde se instalaban los antiguos pobladores, cerca del agua pero con menos riesgo de desborde.
En esos lugares se hacen los primeros sondeos, cavando pozos con palas y tamizando los sedimentos con una zaranda. Si aparecen restos arqueológicos, habrá que trazar una cuadrícula, excavar metódicamente con herramientas más delicadas; eventualmente limpiar con pincel algunas piezas, e ir fotografiando y anotando el lugar exacto donde fueron halladas, antes de guardarlas en bolsas de nailon.
En terrenos altos se lleva a cabo un sondeo sistemático cada 50 metros. En este campo de Escobar no se cavó más allá de los 2 metros, porque los restos de los habitantes más antiguos de la llanura pampeana (10.000 años) se encontraron a esa profundidad.
Después vienen las tareas de laboratorio. Con el método de carbono 14 se fecha la época del asentamiento. Si hay dudas, se recurre al método Kjdedal, que mide el contenido de nitrógeno total en los huesos; sirve además para saber si hubo ocupaciones diferentes en el mismo sitio.
El análisis exterior de los fragmentos de cerámicas permite conocer con qué tipo de alimentos estuvieron en contacto. Por otra parte, en los elementos de los morteros se busca fitolitos, que son células vegetales que se han mineralizado, lo que permite determinar qué se molió allí.
También se analizan los componentes de los sedimentos en los que quedaron enterrados estos vestigios de la acción humana, ya que proporcionan datos sobre su hábitat y sobre el clima.

Huellas protegidas por ley
En 2003 se sancionó la ley 25.743, que protege el patrimonio arqueológico y antropológico. El artículo 13, en su reglamentación, establece que las personas físicas o jurídicas que pretendan realizar excavaciones para efectuar trabajos de construcción, agrícolas, industriales o similares, deberán antes llevar a cabo una prospección para “detectar eventuales restos, yacimientos u objetos arqueológicos o paleontológicos”. En caso positivo, deberán facilitar su rescate. Ambas tareas tienen que ser aprobadas por la autoridad jurisdiccional.
Sin embargo, “no todas las empresas hacen el estudio de impacto arqueológico, y la Provincia de Buenos Aires no lo está exigiendo”, reclama el doctor Daniel Loponte.